La generación perdida en Acapulco (Opinión).

 

HB Deportes

Opinión

Por: Héctor Briseño.

Acapulco, Gro., (28/sep/2024).

 

Si el huracán Otis fue repentino, súbito, imprevisto, el huracán John fue la “muerte lenta”, gradual, el pausado camino incierto a la agonía.

Si el estrépito del viento ocasionó pánico y resquemores durante dos horas y muchos meses después de Otis, John fue el agua, las gotas como agujas frías y cada vez más densas, que cayeron implacables desde el cielo durante 90 horas consecutivas. La aparente calma previa al desbordamiento salvaje.

John fue meticuloso para inocular el miedo.

En mayo tuve la oportunidad de participar en un foro de protección civil y periodismo en el Instituto de Geofísica de la UNAM en la ciudad de México.

Además de relatar el “crossfit post-Otis” a que me vi obligado, compartí algunas experiencias, las vicisitudes para encontrar señal de internet y energía eléctrica, vivir sin luz más de 10 días, mediar el instinto como reportero y ciudadano.

También confesé una especie de idilio con escritores de la llamada generación perdida y otros autores de la época, entre la primera y segunda guerra mundial, a raíz del sufrimiento vivido por el huracán Otis.

Por fin pude comprender a Hemingway en Ahora brilla el sol, indagar en los sentimientos del Gatsby de Fitzgerald, sentir en el paladar de los recuerdos Las uvas de la ira de John Steinbeck, enamorarme de la crónica de Joseph Mitchell y su entrañable y misterioso personaje Joe Gould.

Después de deambular por el Acapulco destruido, inhóspito, árido, cruel, de los días posteriores a Otis, me consolaba la frase del periodista Jake Barnes, personaje de Ahora brilla el sol: “Es muy importante descubrir salidas decorosas como ésta en el negocio periodístico, en el que forma parte importante de la ética profesional, que uno nunca debe parecer que está trabajando”.

Pero no era eso lo que más me intrigaba cuando exploraba en el Acapulco de la reconstrucción, en el Acapulco de las sombras y recuerdos, de la escasez de gente en las calles en los domingos de finales de noviembre.

Me preguntaba si me sentía identificado con la generación perdida, por ese dejo de nostalgia y modesta aspiración a la pulcritud y majestuosidad en la escritura, porque fuimos sobrevivientes a una tragedia, respetando todas las distancias, o acaso porque estábamos viviendo, ingenuos, justo en medio de dos desastres.

Tal vez lo último, tal vez un poco de todo.

 

 

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *