Futbol y pandemia, ¿Quién gana?: Camus, el “10” que no fue en la cancha.
HB Deportes
Por: Héctor Briseño.
Acapulco, Gro., (4/feb/2021). Separación y exilio, sentimientos compartidos por habitantes de la ciudad argelina de Orán, donde ya no existen “destinos individuales”, sino “historias colectivas”, luego de que fue envuelta y sitiada por La peste, nombre que titula la novela del filósofo y dramaturgo francés Albert Camus, escrita en 1947.
A más de 70 años de distancia, las reflexiones de Camus toman fuerza.
Adelantado a su época, maravilla la precisión de sus disertaciones y crece la admiración cuando se descubre la agudeza de sus textos, de forma similar al repaso metódico de la explosiva jugada de un genio futbolista.
La comparación no es vana.
Si Albert Camus brillara en la cancha sería un astro merecedor de la camiseta con el diez: El que distribuye el juego, el que resuelve el enigma del rival.
En 1953 Albert Camus escribió en un periódico argelino el texto “Lo que le debo al fútbol”.
En el tramo final, el escritor francés, quien jugaba como portero para el RUA (Universidad de Argel), señala: “después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”.
Sin goles en la localía de la epidemia.
Entre las reflexiones del insomnio, las meditaciones vespertinas, el atardecer sin ilusión, la pasión por el futbol aflora sutil y resignada en las calles de la ciudad de La Peste, donde sus pobladores imaginan que “siguen siendo libres y con opción de elegir”.
No obstante, señala el Premio Nobel de literatura en 1957: “se podía decir, en ese momento, (a mediados del mes de agosto), que la peste lo envolvía todo”.
El futbolista.
“La Peste” de Camus hace referencia a González, peculiar y encantador personaje aparentemente de origen español, a quien en medio de la enfermedad que azota la ciudad, el narrador identifica como “el futbolista”.
Mientras se dirige a un estadio utilizado como albergue, en el cual es vigilante los fines de semana, González se apodera de la narración, únicamente para subrayar su nostalgia por el futbol:
“Empezó evocar a su modo el olor a curaciones de los vestuarios, las tribunas atestadas, las camisetas de colores vivos sobre el terreno amarillento, los limones del medio tiempo (…)”
La escena.
“Tarrou advirtió que, durante todo el trayecto, a través de las calles del barrio llenas de baches, el jugador no dejaba de dar patadas a todas las piedras que encontraba. Procuraba alcanzarlas, bien dirigidas, a las alcantarillas, y si acertaba decía: uno a cero”.
¿Quién gana?
En debate con el periodista Rambert (antes de conocer la nueva cifra de muertes por la enfermedad), González revela su afición por el futbol francés, respeto por el torneo inglés y su táctica preferida: la posesión de la pelota.
González insiste y defiende lo que considera es la mejor posición en el campo: “El medio centro es el que distribuye el juego. Y distribuir el juego es todo en el futbol”.
El periodista le otorga la razón, pero recalca que siempre jugaría de delantero.
Así, Camus define la postura ante el confinamiento, la imposibilidad del ser ante el destino inevitable.
En la ya mítica ciudad de Orán, el futbol en los estadios fue prohibido y la libertad se vive de forma simulada. Deseos conviven reprimidos.
González mira con nostalgia las tribunas del estadio mientras cae la tarde, observa el presente de un pasado que es probable no regrese.
En su cancha, Camus decide y distribuye el destino de los personajes, las lecciones aprendidas, las tristezas, las victorias, las derrotas, los excesos, los amigos, los momentos.
En la historia real no se conoce a ciencia cierta el desenlace, si el futbol refleja la moral y las obligaciones de los hombres, como dice Camus, el resultado está lejos de ser una victoria.
La humanidad se sabe atrapada, aunque existe la esperanza, sigue siendo eso. En sectores no existe compromiso. No es sencillo asumir el medio campo.
¿Aprenderemos las lecciones?