El perfume del pasto. (La triste y gran historia de un número 10)

 

Aviso: Este texto se reprodujo de manera íntegra en La Dekonstrucción.

El perfume del pasto

 

 

HB Opinión

 

Por: Héctor Briseño.

 

Acapulco, Gro., (29/nov/2020). 

 

Maradona fue hijo pródigo y oveja negra al mismo tiempo.

Diego Armando era luz pero también sombras.

Era un gol con la mano y al siguiente impulso un prodigio que sigue encantando con el paso de los años, parece no perder vigencia.

 

 

Campeón de la irreverencia y rey del barro, donde conviven lo magnífico y lo profano.

Amado por su pueblo, por amigos y rivales, repudiado por las élites de la moral y las buenas conciencias. Razones no les faltan.

 

 

Dueño de virtud que brilla y se impone a sus defectos con las pinceladas de un renacentista: ¿Acaso los genios terrenales son perfectos?, ¿alguno ha cuestionado a los mecenas de Da Vinci?

Definidor de zurda hasta la médula, en el rectángulo verde y en política, tanto y mucho que los detractores cuestionan los desbordes del “Pelusa” por la Izquierda, cuando se acaban los argumentos en la cancha y las dosis de descalificaciones por los vicios no logran opacar la grandeza del astro de los goles. Como un cuerpo celeste, Diego Armando fue también múltiples caídas y resurrecciones, hasta que llegó el día de su partida.

 

 

Mes eterno.

Numerosas líneas se han escrito ya del jugador cuya muerte cimbró al universo del futbol y más allá, como tantas palabras se escribieron en horas previas al Mundial de México 86, cuando los seleccionados de Argentina partieron una madrugada, casi a escondidas, al viaje que los llevaría a la gloria. Tinta derramada.

Como el más simple de los aficionados, puedo juzgar al Diego por lo que vi y escuché, con la candidez de un niño de 10 años: ¿quién no soñaba con ser un diez en el futbol?, el líder, el habilidoso, el del pase imposible, el del gol de último minuto.

Desde entonces, frases se han acumulado hasta escribir la leyenda Diego Maradona, la del génesis: “Dame un mes de tu vida y te haré campeón”, dicen los que saben, expresó el entrenador Salvador Bilardo al joven nacido en la pobreza para convencerlo de emprender la aventura victoriosa en la que sería director y músico de orquesta.

 

 

 

Las Malvinas.

El punto de partida que concluye en los días recientes de Buenos Aires sucedió el 22 de junio de 1986, cuando Argentina venció a Inglaterra en campo Azteca, cuatro años después de perder la guerra por las Islas Malvinas.

El investigador Camilo Andrés Arias Suarez recuerda que “el fútbol se convirtió una forma de apropiación de aquellos territorios perdidos”. (1)

Un detalle poco conocido es la aportación económica que Maradona hizo al Fondo Patriótico Malvinas Argentinas tras el conflicto.

Arias Suárez enfatiza que “este acto se convirtió en un punto clave en toda esta historia, el ´pibe´ que había nacido y crecido en una sociedad de bajos recursos, era el primero en recordar la importancia de defender sus territorios y reafirmar la propiedad sobre las Malvinas”. (2)

Aquí la clave: “Argentina mostró en el deporte todo lo que su identidad representaba, todos los canticos, banderas…El fútbol significó el renacer de la sociedad y una pequeña revancha para los argentinos”. (3)

Surgen entonces motivos para entender la frase ya mitificada de Diego tras el primer gol de aquel encuentro, concretado por “la mano de Dios”.

 

 

De la segunda anotación, calificada por algunos como el poema más bello jamás escrito sobre una cancha, lograda tras una loca carrera que inició atrás del medio campo, en la que el jugador argentino eludió a siete rivales ingleses, el periodista y escritor argentino Andrés Burgo se pregunta cómo se grita un gol que se seguirá gritando 30 años después. (4)

 

 

El aroma del futbol.

Lágrimas y nostalgia, así se grita ahora cada gol de Maradona tres décadas después del partido que cambió la vida de los habitantes de un país, al menos de sus aficionados, que se cuentan por miles.

Así recuerdan los hinchas de latitudes tan disímbolas como África, Europa, Asia y Oceanía, al hombre que vivió con desenfreno su habilidad para crear arte con una simple esfera.

Año complejo para el ser humano, en que los estadios fueron silenciados por un virus, la partida del “Diego de la gente”, del héroe lastimado, del guerrero ensangrentado que defendió la causa hasta el último suspiro, significa un golpe en el alma de los seguidores más desprotegidos, de los fanáticos más centrados, de deportistas encumbrados, quienes enmudecen ante la fatalidad del destino. Símbolo de los tiempos.

 

 

Bautizado por el cantante Mimmo Politano como el Pibe de la luna, Diego vivió sus últimos años alejado de sus máximos amores, si acaso condenado por el estigma que persigue a los artistas del exceso.

“Es que a mí no me contratan”, reveló al presidente de Gimnasia y Esgrima, último club que dirigió en su vida.

“Extraño el perfume del pasto”, confesó al ser contratado por Dorados de Sinaloa hace un par de años. Frases pues, palabras que definieron el epílogo de una estrella terrenal capaz de producir sensaciones inimaginables.

 

 

Así se viven los goles que duran para toda la vida, a veces en silencio, en ocasiones entre lágrimas, así parten las figuras rumbo a la última cita, con la inocencia de un niño que extraña hacer lo que mejor sabía, jugar en el único sitio donde existe libertad para acariciar a la pelota, para embriagarse siempre con el olor del pasto, que hoy pierde a un creador de fantasías reales.

 

 

Citas

(1)(2)(3) Arias Suárez, Camilo Andrés. “Las representaciones simbólicas en torno al fútbol como elemento de identidad Nacional: Estudio de caso Argentina- Inglaterra”, Universidad Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Argentina (2016, p. 20, 25, 28)

 

(4) Burgo, Andrés. El partido (del siglo). Tusquets Editores. México. (2016, p. 190, 198)

 

Aviso: Este texto se reprodujo de manera íntegra en “La Dekonstrucción”.

El perfume del pasto

 

 

 

 

 

 

 

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